Fuente: www.pichilemunews.cl – 02.04.2020

- La primera de dos historias -que forman parte del inconsciente colectivo pichilemino- que daremos a conocer ...
Sabrosas historias de personajes pichileminos -como de otros que han llegado y se han quedado para siempre- no siempre se pueden contar, aunque algunas pocas hemos incluido en el tiempo. Pero, hasta ahora no recuerdo haber mencionado a este personaje y explícitamente tampoco ha quedado identificado a través de los apodos publicados … Sin embargo, a través de mi hermano Antonio -ya liberado por el autor Francisco Enberg Castro- quien le confió hace algunos años dos historias pichileminas para su opinión, me las ha transferido para difundirlas.
Sin duda les gustará a muchos y, ojalá, a sus descendientes, pese a que cuenta sobre sus debilidades, pero sobretodo de sus fortalezas como “mecánico”, como pocos.
Esta historia -quizás- nos anime a redactar y contar otra que sabemos de él, tan buena como las resumidas acá.
Antes de ir al grano, decir que este personaje llegó junto a su familia, por los años '60 junto a la empresa constructora de su suegro y cuñados, cuando llegaron a cumplir con una Licitación Pública para pavimentar varios tramos de calles de Pichilemu.
Se terminaron las obras, pero él junto a su prole -que estuvo en varios puntos con su Taller- se quedó definitivamente en estas tierras.

SAMANIEGO
Por: Francisco Enberg Castro


Samaniego era un mecánico que vivía en un sitio contiguo al Cuerpo de Bomberos a fines de los años sesenta y principio de los setenta. Este sitio pertenecía a don Julio Saenz y quedaba a metros de la casa de calle San Antonio. En él levantó una rancha, la cubrió con un toldo de viejas aspilleras y la llamó “taller”.
Su aspecto sucio y desordenado escondía una tez blanca y un pelo entre rubio y colorín, rasgos de un probable origen nórdico que el alcohol había tapado y deformado, cosa que repercutió en las personas cercanas manteniéndolo a él y a su familia en un deplorable estado. En un accidente que tuvo en tractor, perdió una pierna, por lo que tuvo que usar una prótesis que sonaba y se arqueaba al caminar.
Hombre de mundo y de una particular manera de ver las cosas, franco y directo, no se andaba con rodeos al momento de encarar las cosas. Esto junto con su vasta experiencia como mecánico, lo hacían ser admirado y respetado por cuantos le conocieron. Cuando le iba bien y ganaba sus pesos, ligerito se emborrachaba, se ponía a cantar simulando con la pierna falsa tocar una guitarra, la colocaba pegada al pecho con el zapato apoyado en el hombro, cosa que nos sorprendía y divertía.
Poseedor de un sinnúmero de dichos y cuentos que hacia aun más llamativo simulando que hablaba en latín: “salutem imploribus codus hasta que votre corpe agüante” o “cagatum restum herem”. Filosofaba y despotricaba sobre las miserias de la sociedad, se reía de los clientes que no lo conocían, especialmente de aquellos estirados y recelosos de “su taller”, gozaba bajándoles el moño, algunas veces los hacía lesos como quería, pero tenía una gran voluntad para ayudar al que acudía en busca de sus conocimientos y experiencia. Era tan buen mecánico que su fama sobrepasó los contornos de Pichilemu, muchos “colegas” venían de otras localidades a buscarlo cuando “algo se les iba en collera”, nunca se supo que una panne le haya quedado grande. Juan (1) me contó una vez que le arregló un desperfecto a un avión y pudo volar sin ningún problema de regreso a Rancagua.
También recuerdo cuando una vez llegó a la Semana Pichilemina nada menos que Budy Richard (cuando estaba en su apogeo de popularidad), para que le arreglaran un Ford-coupé de un lindo color azul metálico.
Lucho (2) se acuerda cuando don Alejandro Santolaya (Sr. Santoplaya como le decía un gringo) llegó un día al taller por un desperfecto eléctrico en el distribuidor de su camioneta (en un viaje de Rancagua a Pichilemu en que la Marta Paulina (3) y yo íbamos de pasajeros en la parte de atrás de la camioneta de don Alejandro, nos dimos vuelta en la bajada de la cuesta del Alto Colorado, gracias a Dios sólo quedamos con machucones y un poco aturdidos, además del tremendo susto). Samaniego comenzó a arreglarla y como siempre le gustaba hacer sus payasadas sin importarle a quién fuera, esta vez se le pasó la mano...
Con el destornillador comenzó a sacar chispas de los cables de la batería y apoyándose en su pata mala para no hacer contacto con tierra, le dijo a don Alejandro: - Afírmeme,...afírmeme que me caigo..., ingenuamente éste le pasó la mano y el golpe de corriente le pegó tal cuetazo, que lo tiró lejos. Don Alejandro (que era un inmigrante español, persona muy esforzada y trabajadora, pero de no muy buen genio, tenía un tic que cabeceaba permanentemente con la cabeza) lo retó tanto, que Samaniego le terminó de arreglar rapidito la camioneta y no se atrevió a cobrarle.
También Jorge (4) me contó otra historia, la del camión del tío Renato Pizarro: El tío Renato despachó de Cáhul un camión cargado con sacos de sal, al parecer iba más pesado de lo normal porque a la subida de la cuesta, un poco más arriba del cementerio, el camión comenzó a hacer un ruido extraño y valvuleaba mucho, según dijo el chofer. Por suerte atinó a detenerse en un costado del camino y mandó a pedir ayuda. Rápidamente llegó el tío al taller para buscar a Samaniego y llevarlo a ver al camión, Samaniego invitó a Jorge a que lo acompañara nombrándolo “Oficial” ayudante.
Cuando llegaron al lugar, Samaniego inspeccionó la panne, pidió que le encendieran el motor y, con su instrumento de palo de escoba, comenzó a “auscultar” el ruido poniendo el palo en la tapa de las válvulas que estaban en diferentes partes del motor, en tanto el otro extremo se lo colocaba en la oreja. Mientras hacía esta operación, hablaba payasadas en inglés y se imaginaba ser un médico auscultando a un paciente.
Su diagnóstico fue el siguiente, e hizo tomar nota a su “Oficial ayudante”: - Motor fundido, requiere cambiar el pistón Nº4 y para eso necesito lo siguiente…, y procedió a enumerar una serie de repuestos que necesitaba para realizar el ajuste in situ, y dijo: en dos días le tengo arreglado el camión. Le entregó el papel a su dueño para que encargara los repuestos. Por supuesto el tío no quedó para nada convencido. Regresaron a Pichilemu y mandó a buscar a don Lucho Godoy, reputado dueño de un taller mecánico de Rancagua, quien después de una operación no menor, logró llevar el camión tirado por otro camión hasta su taller. Después de una semana de trabajo y de haber procedido a destapar el motor, le entregó un presupuesto donde decía: Motor fundido, hay que reparar completo el pistón Nº4 y para sorpresa del tío, la lista era casi la misma que la que le había entregado Samaniego. Eso sí el costo de traslado junto a la reparación, triplicaba el costo ofrecido por éste.
El tío se lamentó mucho el no haberle tenido confianza a este singular “maestro” y no haber creído su certero diagnóstico realizado con un simple palo, con el que llego a la misma conclusión de don Lucho, quien había necesitado destapar y prácticamente desarmar el motor para llegar a lo mismo. Desde esa vez ya no desconfiaría de Samaniego.
Me imagino cuánto le habrá dolido el bolsillo y cómo se habrá agarrado la cabeza a dos manos diciendo: y yo que no le creí a este tal por cual; ya que como buen comerciante que era, había despreciado una buena oportunidad de ahorrar tiempo y dinero.
Otra de las historias que acontecieron en torno a este hombre fue la de un encopetado cliente: Un día llegó un pije de Santiago en un auto coletudo, según lo que dijo el motor le había fallado después de pasar la cuesta entre Alcones y Pichilemu, que para entonces era de tierra y llena de calamina. Llegó muy desconfiado por el aspecto del “taller” y le dijo a Samaniego:
- Mire hombre, este auto es nuevo y nadie le ha metido mano fuera del garaje donde lo atiendo en Santiago. No sé que le pasa, el motor funciona disparejo y se anda parando solo. Me dijeron que Ud, era el mejor mecánico que había en Pichilemu. ¿Cree que lo podrá arreglar para regresar a Santiago y así poder llevarlo a mi taller para que me lo arreglen bien?
Samaniego ni siquiera se molestó en contestar su impertinente pregunta. Le gritó a todo pulmón a su hijo “Gino... tráeme un desatornillador y un palo de escoba”. Luego le dijo al jutre: échelo a andar y ábrame el capó. Esperó un rato y puso un extremo del palo en la tapa de válvulas y la otra en su oído, con el destornillador comenzó a regular un tornillito del carburador, auscultaba cada cierto tiempo con su conocido e improvisado instrumento, para volver a ajustar el tornillo hasta que quedó satisfecho con el sonido parejo del motor. - Listo jefe, son $ Eº 300.000. Escudos (unos treinta mil pesos de ahora).
El tipo se quedó de una pieza:
- ¿Cómo? le dijo, ¡pero si apenas apretó un tornillo y no se demoró más de cinco minutos! ¿Y me va a cobrar eso?, ¿más encima no sé para qué utilizó un palo? (como el tipo no sabía nada de mecánica, desconocía los secretos que utilizaba Samaniego para dar solución a cualquier problema mecánico).
Hágame un papel que me detalle qué fue lo que hizo y que por apretar un simple tornillo, me está cobrando $ Eº 300.000. ¡Lo voy a denunciar por sinvergüenza!
Samaniego sin inmutarse volvió a llamar al Gino: “Tráeme un cuaderno y un lápiz”. Con toda calma apuntó sus datos, detalló el cobro y lo firmó, luego arrancó la hoja y sin decirle nada, se la pasó. El tipo leyó con perplejidad el papel manchado de grasa, carraspeó, y procedió a pagar lo pedido. Se fue meneando la cabeza (murmurando para sus adentros ...me cagó este huevón....) después de disculparse y reconocer el trabajo simple pero efectivo de Samaniego.

¿Qué decía el papel?
Cobro por carburación:
Por apretar un tornillo................... $ Eº 10.000
Por saber qué tornillo apretar.….. $ Eº 290.000
TOTAL:.......$ Eº 300.000


Los Mandamientos del buen tomar vino:
Como decíamos, Samaniego era bueno “pal pencazo”, y en sus continuos jolgorios se ponía a cantar tangos o recitaba sus famosos “mandamientos del vino”:

“Primero: Tomarse el vaso entero”
“Segundo: Tomar con todo el mundo”
“Tercero: No decir nunca no quiero”
“Cuarto: Tomar harto”
“Quinto: Tomar del blanco y del tinto”
“Sexto: Tomarse hasta el resto”
“Siete: Tomar hasta sonar como cuete”
(7mo: Tomar por detrás y por delante)
“Octavo: Tomar hasta quedar botado”
“Noveno: Tomar del malo y del bueno”
“Décimo: Tomar aunque esté pésimo”

“Colorario: La familia que toma unida permanece unida”
También decía: Cuándo Dios llamó a Gabino, no le dijo Gabino ven, sino, ven Gavino.

1 Juan Enberg, conocido “glorioso Capitán chamullo”.
2 Luis Enberg
3 Marta Paulina Enberg
4 Jorge Enberg

Fotografía: Archivo "pichilemunews"