Lunes, 16, Sep, 4:32 PM

Fuente: www.pichilemunews.cl –  Por: Antonio Saldías González –  16.09.2023
Nota del Editor: Por varios años una historia que se contaba -con caracteres épicos de un grupo de pichileminos- era haber participado de la versión de “Woodstock” en una lejana playa de la comuna, donde hubo de todo, o casi todo, ya que -se decía- llegarían artistas santiaguinos al escenario de la Polcura; pero nunca llegaron. Así y todo, los jóvenes pichileminos se las arreglaron para mantener vivo el interés de las “minas” que creyeron el cuento.
Y, en cada ocasión que salía la historia, el que la contaba, le agregaba de lo suyo, aunque nunca estuvo ahí, sino la había oído de otro …
Pero, la verdad, aunque tarda, llega. Hoy es uno de aquellos protagonistas quien la cuenta para ustedes. Un relato a su estilo, que forma parte de muchos otros relatos en el libro “Cáhuil, Sal’ar”, editado por la editorial Aurora de Colchagua. Un libro de más de 300 páginas que el autor -Antonio Saldías González- quien lo denominó como la segunda parte de su primer libro “Pichilemu, mis fuentes de información”, publicado en 1990.

Tanumé, vivido
Indubitablemente que el golpe de estado en el Chile del 73, conmocionó la vida de toda la sociedad, en mayor o menor grado, para bien y para mal, especialmente en los días siguientes al "once".
En lo personal, mi actividad previa a esa fecha era la de estudiante. Cursaba el cuarto semestre en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Concepción. Las clases fueron interrumpidas por tiempo indeterminado, mi habitación en el barrio universitario fue allanada, el casino del hogar sin servicio, debí asilarme en casa de un vecino del barrio. Tomé el primer tren que salió de Conce, vía Tomé hasta Chillán. Llegamos a esa, a medianoche, proseguí el viaje al día siguiente a las ocho de la mañana en el automotor japonés, hasta San Fernando. Ya, en el camino a Pichilemu hice dedo.

Instalado en la casa familiar y pasado unas semanas, reencontrarse con viejos amigos y conocidos que confluyeron en la patria chica, para capear el golpe, cada uno con sus historias a cuestas.
Como me era habitual el ejercicio de pisar el parque Ross y las Terrazas, observar el litoral, el prende y apaga del ciclo del faro de Topocalma, revivir mis excursiones por el borde costero. También, el peregrinaje de variados conjuntos de jóvenes hacia la Hostería de la Playa, convertida, entonces, en el lugar más taquillero. Su terraza abierta, inundada de olor marino, un sono maletín RCA tocando los vinilos de Los Ángeles Negros, de Buddy Richards y otros baladistas. Temitas lentos, aptos para el baile apretado, sentir la pareja, conocerla, soñarla.

Al interior, alrededor de las mesas se conversa "un mote con huesillos", así le llamaban al Macaya blanco, servido en la tradicional caña tableada en que sirven la bebida típica.
Algo de pudor, el uso del eufemismo, en fin, un buen día, tras una ronda de mote con huesillos, nos encontramos con Nano Chano y Miguel Lizana, archiconocidos, sin embargo, no teníamos vínculos de amistad, camaradería, colegio, deportiva, solo pichileminos. El preámbulo de la conversa fue sobre Ramón, hermano de Miguel, quien cursaba la misma carrera en la U. de Concepción, si volvería a clases y cuándo..., etc. Lo medular, era lo siguiente: tomó la palabra el Nano y de una, me dijo, estamos organizando un paseo a la Polcura, a las Arenas Gruesas, tú conoces, has estado ahí, tenemos cuatro minas seguras y probablemente cinco, buscamos pilotos y te invitamos, si quieres ir.
Listo, cuenten conmigo. Acto seguido entramos en materia de logística, las necesidades, recursos, fecha... hasta que llegó el día de la partida; la hora indicada era tras la llegada de tren de Santiago, ahí vendría la quinta integrante. Viene, sólo que acompañada con tres amigas más, unplugged.
Una situación nueva, había que alterar los planes. Entonces, una de las chicas se tentó con liderar la troupe. La idea central requería que todas las mujeres viajaran en el auto con Miguel y Nano, y los víveres. Tendría que reclutar más pilotos, acopiar más víveres y caminar a pie los casi treinta kilómetros de playa, roqueríos y acantilados. ¡Cosas de caballeros!

En definitiva, se mantuvo la idea original, en gran medida. El paso a la Estación de FF.CC. era sólo para subir una integrante más, el resto a bordo, habíamos iniciado el viaje, éramos siete, más cuatro se complicaba el pasaje del Chevrolet.
Molesta con la decisión, la que se bajó fue una de las chicas, se evaluaría si mantenían su participación y la de las nuevas amigas. De modo que continuamos el viaje, tres mujeres y tres varones, todo un escándalo para el pacato Pichilemu de ese tiempo.

Arribamos al área transitando a través de potreros en los que no existía, siquiera una huella.
El guía era Nano, muy preciso, tanto que quedamos a corta distancia del Ruco de mareros, deshabitado, entonces, sólo que mientras examinamos el interior un impresionante ataque de la colonia de pulgas que emergió desde la arena, más evidente en el fondo celeste de los pantalones de Miguel. Abandonamos rápidamente el Ruco, sacudiéndonos los indeseables habitantes. Nadie había considerado el evento, no teníamos repelente ni tampoco conocíamos modo de expulsar esos moradores.
Hacer un ruco nuevo, lejos de aquel, contra el tiempo, aprovechando la luz natural al máximo, con herramientas inadecuadas. Tarea ardua, cumplida medianamente, la que se fue corrigiendo levemente.

El primer día el Nano buceó en un caletón cercano, nos proveyó de abundantes locos, piures, jaibas y otras especies en menor escala. Si la comitiva rezagada decidía marchar, los recibiríamos con una buena comida.
Llegaron por la tarde, a eso de la oración. Cinco mujeres, cuatro hombres, ¡insólito!, costaba conseguir los pilotos. Su caminata de suyo compleja, lo fue aún más, los ánimos no eran de lo mejor, lo que mantendría el ambiente tensionado. Los recién llegados deberían construir su propio ruco o exponerse a la picada masiva y estaba claro que no cederíamos nuestro espacio.

La distensión vino por la noche, la comida, el vino, la charla, la fogata y el calducho; canciones, improvisaciones, juegos... hasta muy tarde. Tras el acuerdo de hacer para el siguiente día una visita a la Cueva de los Santos y a la Mansión de Tanumé.
Por la mañana, la mayoría no estaba para la caminata de alrededor de una hora, solo tres o cuatro partimos con la tarea de adquirir víveres; pan, huevos frescos papas..., etc. La pobreza del cuidador de la Mansión, don José Valenzuela, la dificultad que tenía para aprovisionarse, lo mantenían en una condición muy precaria y de necesidades mayores que las nuestras. Acordamos un intercambio de pichintunes. Los casi doce huevos nos los colocó dentro de una caja de cartón amarilla, envase de una botella de whisky Grant's con una dedicatoria y la firma de Salvador Allende G., más unos cuatro agujeros de bala, probablemente calibre 22. Algo sabíamos de esa historia... el correo de las brujas, el expreso de la costa que lleva y trae.

Le pedí a don José que guardara aquel recuerdo, que en nuestro campamento se estropearía. No me importa, si a usted le gusta, déjeselo para usted. Me la regalaba, no podía creerlo. Nos fuimos con la promesa de regresar al otro día y traer algunas cosas de almacén.
El único envase, más o menos seguro para llevarle azúcar, era la mentada caja whiskera y hasta la altura de los hoyos, de modo que no alcanzó ni un kilo, algo para endulzarle el agüita a la señora.

Descendimos por el abrupto roquerío de la punta sur de la playa de Tanumé, frente a la mansión, desde ahí enfilamos directamente por el arenal hacia la casa. Ahora el grupo era numeroso e incluía representación femenina. A medio camino alguien comentó la presencia de varias personas en los jardines y entre la columnata. Que son los dueños y son re jodidos. Nosotros sólo llevamos algo de alimentos al cuidador, que eso no tiene nada de malo. Que parece que son milicos y mejor es que nos volvamos. Ya nos vieron y si es el capitán Manríquez. Que no tenemos nada que ocultar, las chiquillas son casi todas mayores de edad y todas voluntarias. Igual las identificaran y el cartel. Seguimos, seguimos y yo con la caja colgando de un par de cordones. Nos vieron y vieron la caja y saben la procedencia y yo con ella. La tiro o la entierro y también verán si la tiro, nos observan con binoculares. Si somos un grupo de excursión, un paseo mixto, amigos que se divierten. Creerán que somos de un campamento guerrillero. Oye, anda gente conocida, don Lauta, el teniente, Echazarreta, nos conocen, a la mayoría, ellos le explicarán a los milicos quienes somos. Frente a la puerta de acceso, por sobre el muro de piedras que circunda el perímetro de las terrazas de la mansión, don Lautaro, abrió el fuego, ¡Hola muchachos, bien acompañados!
¿Cómo está don Lautaro?, como coro. Se deshizo el frío, los miedos, las almas ya estaban de regreso en varios de los cuerpos, especialmente, del mío.
Pedimos permiso para continuar hasta la casa del cuidador y permiso para pasar a los jardines, concedido, cosa que la mayoría hizo de inmediato, yo tenía más apuro de entregarle el azúcar a don José, con caja y todo y le dije que lo mejor era que él la conservara para no derramar el contenido, que le serviría más.

La vería otra vez y la tendría en mis manos, incluso con su botella vacía, fue en la discoteque Rubí, la misma caja amarilla de whisky Grant’s, con el autógrafo del difunto presidente y sus orificios, de cuando sirvió de blanco a los GAP en Tanumé.

Las esfinges que todo lo cachan, lo saben y más, saben del primer festival de Las Arenas Gruesas, varios días de paz, música, amor y otras hierbas.

Fotografías: ASG/Archivos “Pichilemunews”.