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Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) – 08.09.2024
En sus inicios la conformación de las construcciones en Pichilemu estaba próximas a los afluentes que desembocaban hacia la laguna Petrel o bien hacia el mar. Los afluentes de la Población Reina del Mar, Pavez Polanco y de El Bajo desembocaban en la laguna, en tanto que los del Pasaje Laura Polanco, José Joaquín Prieto y del bosque municipal terminaban en el mar.
Las construcciones de las viviendas se edificaron lo más próximos a esos afluentes por la cercanía con el agua dulce, elemento vital para los propósitos de los lugareños. Destacaron desde un inicio las edificaciones construidas en la Avenida Ortúzar desde la calle Santa María aproximadamente hasta la playa e igualmente las construcciones próximas por la calle Aníbal Pinto hasta alcanzar el Parque Ross.
La actividad económica y comercial se concentró en Avenida Ortúzar siendo este el motivo para que las construcciones tanto de una como de dos plantas se hicieran en esa avenida, así como también en las calles adyacentes.

Inicialmente la Avenida Ortúzar se ideó como una larga y ancha calle hasta que allá por los años 40', se transformó en dos calles que corrían paralelas y con bandejones centrales con pasto verde y flores en cada cuadra. Igualmente, se les instaló en los extremos y en los puntos intermedios de los bandejones, luces consistentes en una base y una columna con un remate transversal en el extremo superior, en forma de T, desde donde se acoplaban dos globos de vidrio con su ampolleta en el Interior que permitía difundir la luminosidad.
En ambas veredas se levantaron casonas de la época muy espaciosas que con el tiempo se utilizaron como hoteles, casas habitaciones y locales comerciales. Todas bien pintadas con bancos de descanso en las veredas le daban un marco atractivo y acogedor para quienes transitaban por el lugar.
La Ilustre Municipalidad a pesar de las limitaciones con las cuales lidiaba en esa época, igualmente se las ingeniaba para mantener esas zonas limpias y atrayentes para el transeúnte. Los propietarios hacían lo propio con sus fachadas toda vez que se preocupaban de mantenerlas en buen estado lo que hacía de esos lugares, paseos obligados para los veraneantes.

Nuevos vientos dicen que traía la modernidad, según ellos, cambios imprescindibles para el futuro. Fue así como empezó el desastre y la destrucción de la historia de un pueblo que hasta ese momento estaba orgulloso de su pasado.
Primero fue la desaparición de los bandejones y las columnas con luces que eran componentes intrínsecos de la avenida, se eliminaron los bancos de descanso asentados en las veredas y por último el cambio se volcó hacia las construcciones.
Se arrasó con la residencia colindante a la Pista Municipal arrendada en el pasado por Juan Romero tesorero comunal, el Hotel Asthur de Enrique Romero, la edificación de Manuel Córdova donde funcionó el Correo y el Registro Civil, el Hotel City de Guillermo Bradley, el inmueble de Custodio Galarce donde funcionó por más de cincuenta años la Carnicería La Reina, el Hotel España de Óscar Sáenz, el Hotel Prat de propiedad de Humberto Llanos y la Mercería Galarce por mencionar aquellos más significativos para la estructura de la avenida Ortúzar y que fueron demolidos para darle paso al futuro.

A cambio de lo anterior la modernidad les ofreció un Supermercado, una Bomba Gasolinera, dos terrenos baldíos, una ferretería y dos paseos comerciales. Exceptuando los paseos que siguen una cierta simetría acorde a los tiempos, el desastre desemboca en las otras edificaciones que han destruido el patrimonio local de la avenida Ortúzar, levantando construcciones ajenas a la línea que debería haberse seguido y que cualquier arquitecto urbanista habría observado, aspecto que no vieron las autoridades responsables pichileminas.
En la actualidad, los herederos de aquellas construcciones no han seguido el camino de sus antecesores y tampoco la Ilustre Municipalidad ha regulado las nuevas construcciones permitiendo de esa forma las transformaciones, sin considerar la línea histórica que debería haberse seguido con el único propósito de conservar el patrimonio local.

El gran paseo de otrora ha desaparecido porque no se ha conservado el atractivo que invitaba al turista a recorrerlo. Los tiempos cuando la Pista Municipal funcionaba como Discotheque bailable, cuando en la antigua calle Arturo Prat funcionaban los juegos "Yadrán", cuando los escenarios de los festivales se levantaban en esos espacios y el recorrido de las reinas del verano eran paseo obligado por esa arteria han terminado. El comercio en la avenida Ortúzar se ha diversificado a distintos tipos de negocios alejando al veraneante que gustaba de pasear junto a su familia y recorrerla sin prisa desde la Iglesia El Carmen hasta la mismísima "piedra del pelambre".

Hoy lo que tenemos son puntos fijos de comercio con una desmesurada cadena de estacionamientos vehiculares, muy propio del mercantilismo actual, situaciones que rebasan desproporcionadamente y que superan hasta el entendimiento de cómo debería haber sido el casco viejo y de cómo ha perdido su perfil simbólico para transformarse en lo que es actualmente, una mezcla de pasado con un sinsentido de modernidad.

(*): Profesor U. de Concepción, formado en esa casa penquista de estudios superiores.

Fotografías: Archivos “Pichilemunews”.