Jueves, 21, Nov, 4:20 AM

Berlin (Almania), 24 de abril de 2018.

Sr.
Washingtón Saldías González,
Director de Pichilemunews

Estimado Sr. Director:

Es dolor, pesadumbre, impotencia lo que sienten los recuerdos históricos, sofocando el pecho, por lo ocurrido en el Hotel Ross, a consecuencia del incendio

que destruyó maderas de antigua data y de lejanas procedencias, que cobijaban planes de placer de miles de personas en busca de paz y hermoso entorno de sol, arena, mar y cielo, en sus vacaciones desde tantos lejanos puntos del país.

Ahora, desde otro Continente, estas lágrimas de pesar por su destrucción tienen un amargo sabor por los recuerdos de nuestro paso cobijados en ese valioso recinto de tanto valor histórico de nuestro querido Pichilemu.

¿Por qué estas tragedias son pensadas, imaginadas, adelantándose a los hechos? ¿Tenemos in mente que todo Pichilemu arderá un día por la desidia de no proteger el bien que nuestros mayores construyeron para el bienestar futuro de los habitantes del balneario?

¡Por cierto que estuvimos ahí! Después del éxito de la CAVERNA 69" en el Casino junto con el Beto González (*1), el oficial de la aviación co propietario del recinto, organizamos el "ROSS 70" con los Panters bajo la anuencia de Jaime Parra, dándole impulso a bailes y unos carnavales remozados como copia de esos antiguos que se hacían dándole popularidad al Hotel y a Pichilemu.

Si, estuvimos meses bajo esa sombra protectora de ambiciosa de cultura. No podemos olvidar los modelos europeos del mobiliario, realizado con madres de lejanas procedencia y de una calidad eterna. Recuerdo el armario del fondo del comedor, labrado con formas artísticas de palacios reales; lo firme de las mesas y de las sillas, incluso del piso fuerte y liso que para el baile era óptimo, inolvidable, de ese "ROSS 70", que nos dejó un recuerdo imperecedero.

Con este ejemplo destructivo ¿qué deberíamos proteger? ¿Qué lugar, hotel o restaurante queda en Pichilemu de esa época? ¿El Club de Oficiales de la Armada? (*2)

Todo se debería declarar Monumento Nacional, Patrimonio de Pichilemu, de su historia, del amor que sus visitantes han guardado, junto a su historia personal y, –que con este incendio tiemblan–, por lo que queda en pié.

¿Incluso las fotos que guardan algunos de ese Hotel Ross, con tanto afecto hasta de sus abuelos, se están difuminando?

¿Dónde estarán las barandas del Puerto de Pichilemu, que nada protegían al frente de la antigua Iglesia? ¿Quién tiene esas reliquias? ¿No deberían, los que las tienen, entregarlas al Patrimonio de Pichilemu? ¿Dónde están esos hierros forjados con tanto valor histórico?

En todo caso, alguien debería guardar como Patrimonio, por lo menos, un paquete de cenizas de ese comedor pichilemino que se ha incendiado y, que tantos recuerdos provocan, ahora en el pecho, un ahogo que será una herida incurable.

Sr. Director, no obstante, muchas gracias por la información de vuestro diario Online.

Los acompaño en la pesadumbre y pido protección para lo que queda de esa niñez pichilemina en las reliquias que aún se mantienen en pié.

Vuestro, como siempre.
Desde Berlín, Alemania.

Jorge Aravena Llanca.
Hijo Ilustre de Pichilemu.

NOTA del Editor:

(*1): Se refiere a la Casa que construyó Daniel Ortúzar Cuevas y que pertenece desde hace unas décadas al Centro de Personal ® de la Armada, La Esmeralda, ubicado en Av. Ortúzar esquina Arturo Riveros.

(*2): Se refiere al pichilemino y piloto de guerra de la FACH, coronel (R) Gustavo González Pérez, uno de los hijos de don Luis González Osorio y doña María Pérez, quienes compraron a la Sucesión Ross, el edificio conocido como el Casino (adquirido en 1993 por la Municipalidad de Pichilemu, bajo la alcaldía de don Orlando Cornejo Bustamante) y que remodelado e inaugurado el 2010 es sede del Centro Cultural “Agustín Ross Edwards”; M.N. 1988.

(*3): Comentando con un hermano que trabajó en el Chino ‘s Bar, respecto al segundo artículo sobre el incendio que afectó el lunes al Hotel, me decía: “Te olvidaste de mencionar que, el año 1970 funcionó –primero- ahí, el “Ross 70”; lo que corrobora Jorge Aravena Llanca en su Carta.