Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) – 10.11.2024
Allá por "los años 70" del siglo pasado jóvenes pichileminos concentrados principalmente en el Liceo José Miguel Camilo comienzan a prepararse para enfrentar el futuro.
Pertenecen a familias venidas de los alrededores y también de aquellas que se asentaron en Pichilemu, siendo todas ellas gentes trabajadoras y esperanzadas en que dándole educación a sus hijos, ésta les servirá para forjarles un futuro más promisorio y seguro . El contratiempo originado en la Parroquia pichilemina sustentadora del Liceo José Miguel Camilo al no poder mantener los niveles de secundaria obligó a casi toda la juventud a emigrar a las ciudades más allá de la cordillera de la costa como Santa Cruz, San Fernando, Rancagua y Santiago principalmente, con el único propósito de continuar los estudios secundarios y universitarios. El tren de los domingos y los viernes los trasladaba aunando con mayor fuerza a una juventud ansiosa de cumplirle a unos padres que se estaban sacrificando y esforzándose por ellos.
Es probable que la convivencia permanente haya sido la causante de encariñarse en mayor grado con su pueblo. Crearon un "Centro Juvenil", un "Centro Estudiantil" y posteriormente un “Centro de Hijos y Amigos de Pichilemu", este último con asiento en Santiago, todos ellos con el mismo objetivo. Contribuir en las actividades que se programaban como la "noche veneciana", la "fiesta de la primavera", y los "festivales de la canción" que por años animaron a los veraneantes y a la población misma. En años siguientes los esfuerzos se concentraron en relievar el surf como el deporte símbolo e identificador de Pichilemu, aprovechando las condiciones naturales y únicas del oleaje de sus playas.
Las familias pichileminas aprovechando el turismo del verano se instalaban con restaurantes, almacenes, residenciales, hoteles, arriendo de cuartos, fabricaban pan, tortas y pasteles, lavaban ropa, costuraban y hacían todo aquello que el ingenio y la picardía les permitía. El objetivo final era obtener ganancias para enfrentar el crudo invierno. Es que el invierno frío y lluvioso era muy cruel, carente de ingresos los mismos que solo alcanzaban para subsistir.
Fueron esos años los que forjaron verdaderos lazos de amistad que el tiempo no ha podido borrar. Salir del pueblo era una obligación porque este no ofrecía condiciones de trabajo. Fue así como esa juventud emigró afincándose en distintas ciudades de Chile y del exterior. Se casaron y formaron familias siempre con la nostalgia del pueblo de su juventud. Muchos volvieron porque ahí estaban sus raíces y sus recuerdos. Ahí estaban sus primeros amores, sus primeros bailes, sus lamentos y tristezas, sus trabajos juveniles, los memorables desfiles estudiantiles, las fogatas en la playa y los recordados paseos por los alrededores más todo aquello que marcó su juventud.
Cuando han transcurrido más de setenta años la experiencia acumulada sobre sus vidas se ha convertido en todo un hito. Han convivido con un viaje a la luna, con hippies y movimientos por la paz, con una dictadura y un toque de queda, con la recuperación de la democracia, con terremotos y temblores, con conflictos con países vecinos y con una epidemia que les cambió su forma de vivir.
También han sido partícipes del gran avance del mundo. De la evolución de la música, del perfeccionamiento del teléfono fijo, del avance del cine y la televisión, de las nuevas formas de vida a consecuencia de las computadoras, de la evolución del automóvil, de la telefonía móvil y de las redes sociales para culminar en la actualidad con el advenimiento de la inteligencia artificial.
Hoy toda esa juventud de otrora, que cargan en sus espaldas inolvidables recuerdos deberían volver a su memoria lugares que debieron marcar su vida como la estación de trenes y el Cine Royal, el Chinos Bar y La Caverna, El Rubí y la Quinta Las Brisas, el Casino, el Hotel City y el Ross, las calles Ortúzar y Pinto, el Parque Ross y la plaza Prat, la playa principal y La Puntilla, Playa Hermosa y Punta de Lobos y por qué no Cáhuil y Chorrillos.
Próximamente el tradicional Gran Hotel Rex de la familia Urzúa Espinoza recibirá en sus comedores a esa generación que quiere volver a reencontrarse. Llegarán con la dicha y satisfacción de haberle ganado a la vida, de compartir sus experiencias, de alegrarse al mirarse a los ojos diciendo que son los mismos a pesar de los años. Faltará tiempo porque las historias acumuladas rebasarán todos los espacios del lugar.
(*): Profesor de la Universidad de Concepción.
Nota: Formado en esa casa universitaria penquista.
Fotografías: Archivos “Pichilemunews”/RR.SS.