Fuente: El Rancagüino online – 01.11.2020
Han pasado más de cien años desde aquel día en que llegó a la vida el niño Oscar Castro Zúñiga. Su cuna fue modesta, en un hogar también modesto, ubicado en la céntrica calle O’Carrol de Rancagua. Una ciudad de solamente 64 manzanas, habitada por no más de diez mil personas, con sus calles de tierra y de piedras, que no supieron que en aquel 25 de marzo de 1910 le había nacido un poeta.
Transcurrieron 19 años hasta el 9 de marzo de1929, cuando en el diario local, “La Semana” (que se transformó después en El Rancagüino”), apareció publicada, por primera vez, una poesía de la que era autor ese mismo niño, convertido en poeta.
Siguieron pasando los años y aquel joven, junto con alcanzar madurez, crecía y se desarrollaba en el campo de la poesía. En 1943 obtuvo su consagración, al otorgarle la Municipalidad el Primer Premio en el género Poesía del Concurso Bicentenario de Rancagua, por su libro “Las alas del Fénix”.
Unos años después, el libro de poemas “Por los caminos del Alba”, colocaba su figura en el plano nacional de la literatura chilena. Otros libros fueron engrandeciendo su nombre y su fama. Varias distinciones se fueron sumando.
Hasta que, en el triste día primero de noviembre de 1947, en un día como hoy, Oscar Castro Zúñiga dejaba atrás los caminos del alba, para iniciar aquel que va “más allá”, hacia el infinito…
El cambio de rumbo no fue obstáculo para el crecimiento de su figura como poeta, cuentista y novelista. Obras póstumas se agregaban a las que dejara publicadas. Y han continuado difundiéndose.
Hoy, en este nuevo primero de noviembre, cuando la pandemia hace que por vez primera no se puedan reunir los rancagüinos en su tumba en el cementerio N°1, “con olor a vendimias y sabor del fruto dulce y del agua” que bebió el poeta, este diario, que se honró con muchos de sus primeros versos, le están rindiendo hoy un nuevo homenaje, evocando su nombre, que no se olvida.
LA POESÍA JOVEN E INÉDITA DE ÓSCAR CASTRO
El historiador Héctor González, periodista y director de Diario El Rancagüino, en la época de 1990 realizó una recopilación de poemas escritos por Oscar Castro bajo el seudónimo de Raúl Gris, a continuación, la historia de algunos de estos versos.
¿Cuándo nacen los poetas?… Quizás si así como su obra y su recuerdo se prolongan, en algunos, infinitamente en el tiempo, su nacimiento no se produce al separarse físicamente de la madre que lo albergó en su vientre.
Tal vez los poetas existieron siempre. Estuvieron en el momento de la Gran Creación. Fueron parte de un átomo, de un cromosoma pequeñísimo, salido de la mano de Dios. Se fue multiplicando y reproduciendo con el tiempo y con los siglos. Emergió algún día en un Hornero, o más tarde en un Shakespare o en un Dante, o pudo estar en el instante de la concepción de un Walt Whitman, de un García Lorca o de un Borges.
Creo que los poetas nunca nacieron, porque nunca morirán. Fueron destinados y predestinados a pasar por la tierra efímeramente, para dejarnos belleza en los espíritus con el sortilegio maravilloso del malabar de la palabra.
Se conservan algunas breves y hermosas descripciones de episodios de su niñez: grupos de muchachos bañándose en un canal cercano a Rancagua en los veranos, su ingreso al Instituto O’Higgins de los Hermanos Maristas’. la Primera Comunión, la primera vez que entró a una biblioteca pública… Pero no dejó escritos sus recuerdos del primer verso escrito, tal vez a hurtadillas, enviado a alguna muchachita. Se sabe que unos pocos le fueron publicados en las revistas infantiles «El Peneca» y «Don Fausto».
Sólo sabemos con certeza, que, en el mes de marzo de 1929, con 18 años de edad, llegó, tímidamente, hasta el Director del periódico de Rancagua Miguel González Navarro y le preguntó si podría publicar alguna poesía, entregándole al periodista dos o tres que traía en un cuaderno.
Allí fue donde Oscar Castro recibió su primer estímulo, la mirada comprensiva, la palabra de aliento de un hombre que también sintió en su pecho la vibración sutil de la poesía, y lo que es más, la promesa de publicárselas.
Quisiéramos adivinar cuál fue la emoción del joven Oscar, cuando el día 9 de Marzo de 1929, en una de las páginas del periódico «La Semana» (antecesor de «El Rancagüino») vio publicada por primera vez, una poesía con su firma y que se titula:
POEMA DE SU AUSENCIA
Está lejos, Señor, lejos de mi tristeza,
lejos como los cielos, las montañas y el mar.
Surge de mis recuerdos, trémula de belleza
¡y mis manos ansiosas no la pueden tocar!
Dile a los horizontes, Señor, que se hagan trizas,
para que caiga el muro que intercepta su voz,
haz que vuelva a sentir cerca de mí sus risas
y que se cure mi alma sangrante con su adiós.
En la distancia se hacen música sus palabras.
Yo la sueno nimbada de un claro resplandor.
¡Señor, saca la espina con que mi alma taladras
y haz que sienta de nuevo mi amor junto a su amor!
Tú sabes, mi Señor, cuánto la quiero y cuánto
he sufrido por esta larga separación.
Tú sabes que su llanto provocaba mi llanto
y su risa inundaba de paz mi corazón.
Ahora está lejana, mi corazón solloza.
La busco al lado mío ¡no la puedo encontrar!
Desde lejos me llega su voz maravillosa
y siento sobre mi alma su perfume pasar.
Durante un tiempo se alternaron en las páginas del periódico las poesías firmadas por Raúl Gris y las que firmaba Oscar Castro. Pero, poco a poco las del triste y melancólico Raúl Gris fueron escaseando al mismo tiempo que aumentaban los versos con mayor vida de Oscar Castro.
La última poesía de Raúl Gris, titulada
DESESPERACIÓN
Porque yo sé que no me quiere,
me mataré piadosamente
en una noche gris cualquiera,
con el retrato de la ausente
sobre mi enfermo corazón.
Ella me miente por no hacerme
triste la vida sin su amor;
pero yo sé que no me quiere:
¡dolor inmenso del amor!
Cuando después que me haya muerto
lea estos versos angustiados
¿resbalarán por sus mejillas,
como lavando su pecado,
lágrimas tibias de dolor?
Yo no lo sé, pero presiento
-presentimiento redentor-
que irá al encuentro de mi madre
y llorarán juntas las dos.
Transcurrió el tiempo y el nombre de Raúl Gris no volvió a aparecer en el periódico. Más de alguien debe haber pensado: ¿Se mató efectivamente, como anunciaba en su triste y último poema?
Pero hay una curiosidad más. Raúl Gris había desaparecido en 1930. Pero, repentinamente, catorce años más tarde, en 1944, en la Página Literaria de «El Rancagüino», reaparece con una esporádica poesía con la firma de Raúl Gris.
CAMINO DEL OLVIDO
Aquel caminito de álamos
ahora será de oro.
Irán cayendo las hojas
en un vuelo de abandono
para cubrir las pisadas
que dejaremos nosotros.
Mi corazón se ha quedado
dormido en aquel recodo
en que una tarde se unieran
nuestros labios temblorosos;
sobre él se irá amontonando
la mortaja del otoño
¡pero el brillo de mis sueños
será una estrella en el polvo!
Zarzales de los senderos,
montes de suave contorno
que nos miraron pasar
en nuestros sueños absortos…
Campesinas de ojos mansos
que, con rubor en el rostro
veían desde los huertos
el amor que iba en nosotros… ¡Todo es en mi corazón
sólo un recuerdo glorioso!
Dulcemente, dulcemente
irá cantando el arroyo.
Serán azules las tardes
en el campo rumoroso
y florecerá, como antes,
un lucero tembloroso,
sobre el caminito de álamos
todo cernido de oro.
En 1932 el 16 de agosto, «La Semana» publica en su edición de aniversario la poesía:
NOVIA
Eras una canción tañida entre las rosas.
Perfuma mi jardín tu corazón fragante.
La mañana de azules pupilas milagrosas
aproxima el temblor de tu mano distante.
Pintas con el fulgor de un oro atardecido
cada cosa que besas con tu limpia mirada.
Dejaría en tu voz mi poema dormido
para que amaneciera tibio de madrugada.
Huelo tu corazón caído entre las rosas.
En la luz matinal va desnuda tu pena,
y una abeja que pasa zumbando melodiosas
oraciones, te trae, pequeñita y morena.
Sonámbula tu voz por mi senda lunada.
La noche, lirio azul entre las mariposas
te refleja desnuda en mi agua iluminada.
Duerme el color de tus ojeras en las cosas.
Regazo de canción para la milagrosa
cabeza del Amor, va tu ensueño de seda
recogiendo una lumbre de fragancia gloriosa
en la calma de alguna dormida rosadela.
Luna de tu piedad en mi sombra. Armonía
del recuerdo que pasa con la planta desnuda
deshojando perfumes en mi melancolía
¡suave reino interior de tu caricia muda!.
En fraterna despedida a uno de sus amigos que debió ausentarse de Rancagua para buscar nuevos horizontes, Óscar escribió el 5 de febrero de 1944:
RECUERDO DEL AMIGO DISTANTE
Amigo, el nombre de Olga estará en tu tristeza
trazando el vuelo de las hojas en otoño.
Su voz, como una música lenta que va muriendo,
será caricia en tu hora de abandono.
Y ella estará en mi pueblo, dándome su presencia
y su palabra. Y tú estarás con nosotros.
Le contaré tu pena y 13! vez no la crea.
Tal vez a mi relato siga su risa de oro.
Es que yo no sabría decirle lo de aquella
última noche de recuerdos y silencios,
en que tu corazón, hacia el fondo del vaso
inclinaba su rama florida de recuerdos.
Eran las dos, y todos estábamos callados.
Nos hería el sollozo que de la ausencia viene.
Había luna y en la cubierta de los vientos
viajaba el aullido borracho de los trenes.
Tú decías su nombre, con un sabor de ajenjo
en la boca y el alma. Y al ascender el humo
quizás dibujaría su perfil de caricia
en el blancor desvanecido de los muros.
Todas las cosas hoy siguen el ritmo de antes.
Tú lejos. Los amigos de siempre. El pueblo solo.
Las cuatro letras de Olga irán en tu tristeza
trazando el vuelo de las hojas de otoño.
Otro de sus amigos, jugador de fútbol del Club Deportes Instituto, Juan Jouvhomme Silva, muere en 1935 y Castro, el 18 de noviembre, en su recuerdo, publica una
ELEGÍA
Amigo, estas palabras ya no tienen sentido
para tu corazón inmóvil, estás quieto
como las piernas grises, como la inmensa noche
que en su sombra estrellada guarda todo secreto.
Y ya no se abrirán las puertas de tu casa
para que tú contemples la calle solitaria.
Tu sombra, en los rincones, vagará silenciosa.
En la voz de tu madre serás una plegaria.
Y una pobre mujer enlutará su entraña:
la mujer que en el lecho de tu muerte no viste.
Y un hijo ha de llamarte, sin que tú le respondas:
el hijo que engendraste y que no conociste.
Estás muerto, estás muerto. Para tus ojos ciegos
la palabra, el gemido, son polvo, ensueño, nada.
No podrán despertarte de tu sueño infinito
ni el grito de tu madre, ni el dolor de tu amada.
El 11 de enero de 1936, el poeta de 26 años sigue cantando al Amor:
CANCIÓN DEL AMOR PERDIDO
Aquí en mi soledad, calladamente lloro
evocando la pena de tus ojos lejanos.
No volverá a decirme «te quiero» tu voz de oro.
Nunca más temblarán en las mías tus manos.
Tu sonrisa, tus gestos, tu mirada serena,
la clara madurez de tu cuerpo de niña,
columpiaron mi ser en el gozo y la pena,
como un sol en la alegre fragancia de tus viñas.
¿Y ahora? La palabra se quiebra de tristeza,
No volveré a besar nunca más en la vida.
Contemplarte pasar, erguida la cabeza
que en mi hombro, tantas veces, se quedó adormecida.
Mujer, yo no sabía que te quisiera tanto.
Toda mi juventud contigo se ha perdido.
Hoy que siento los ojos ahogados en llanto
¡cómo anhelo quedarme en tus brazos dormido!
Pienso en tu frente pura y en tu boca risueña
que otro habrá de besar como yo la besaba
y toda la amargura del mundo se despeña
sobre la soledad de mi alma atormentada.
Con todo el corazón roto por su sollozo
digo: no he de querer nunca más en la vida!
Y siento que se interna tu acento tembloroso,
lo mismo que un puñal perfumado, en mi herida.
Sin embargo, no fue sólo el Amor el que inspiró al poeta. Tenemos como un tesoro el original de su poema inédito titulado:
ELOGIO DEL LIBRO
Los libros, en la paz de los viejos estantes,
son lámparas que alumbran con resplandor secreto.
Abrirlos es abrir ventanas de diamantes
para que eche a volar el espíritu inquieto.
Milagro de su voz que habla calladamente,
con temblores de estrella o de piedra preciosa,
y nos deja en el fondo del alma
y en la frente un polvillo sutil de ala de mariposa.
¡Ah, libros de leyendas! En sus páginas puras
se me durmió la infancia, cancionera y lejana.
Y en cada deslumbrante relato de aventuras
soltó mi corazón su fiesta de campanas.
Después leí los libros del amor y la gloria:
la romántica estrofa y el beso en los jardines…
Y luego las heroicas páginas de la historia,
con luchas y derrotas y fieros paladines.
Todo quedó en mi alma para siempre grabado;
ilumina mis horas y acompaña mis días.
Y cuando yo me muera quiero ser sepultado
con un libro de ensueños entre las manos mías.
Porque el libro es el canto y el dolor de los hombres,
la fiereza del débil, la sonrisa del fuerte,
y al abrirse sus páginas, como si fueran alas,
nos conduce en su vuelo más allá de la muerte.
En su primer libro, «Camino del Alba», recoge solamente tres de esos poemas juveniles.
En vida publicó cuatro libros de versos: «Camino del Alba», «Viaje del Alba a la Noche», «Las alas del Fénix» y «Reconquista del Hombre». Otros aparecieron en forma postuma, como «Rosario Gongorino» y «Rocío en el trébol».
En total, en esos seis libros, están guardados para la posteridad 158 poemas. Por lo menos igual número quedaron para siempre inéditos.
Así hoy 1 de noviembre hemos querido traer hasta ustedes, sólo un pequeño manojo de la poesía juvenil de Oscar Castro y otro manojo, más pequeño, de su poesía inédita escrita después de 1928, fecha de su primer libro.
Poema publicado en La semana , Rancagua 30 marzo de 1929
Casa desierta
La casa abandonada …
¡Todos, todos se han ido!
Se aletarga el silencio en los rincones
…Este era el cuarto de mi amada
Y ese el jardín florido
que perfumó el sueño de nuestros corazones…
Voy recorriendo la casona triste
y constituyendo en sus lugares
los objetos amados.
Las estancias desiertas, para mí se revisten
de cosas familiares:
veo el piano, los cuadros, los floreros dorados…
Cierro los ojos turbios. Me emborracha la pena.
Sonámbula el recuerdo por las piezas vacías,
y oigo voces amigas que mi ensueño iluminan.
Salgo desde la casa con el alma más buena
exprimiendo el racimo de mis melancolías
… Fuera los niños juegan y los pájaros trinan.
Oscar Castro Z.
Poema publicado en La semana, Rancagua 20 de abril de 1929
Canción Gris
Alamos que son llamas amarillas.
Alas que describen viajes en la tarde de otoño.
Cielo de atardecida, desteñido.
Y una estrella imprevista que se hunde, sin aviso,
dentro de la mirada vagabunda.
El cantar de las ranas, disuelto en el crepúsculo
echa su soledad húmeda sobre el campo.
La noche viene, a tiendas, sobre los caminos ciegos,
con su canasto lleno de racimos de estrellas.
La hora muere en mí como el mar en las playas.
Yo soy el occidente de la luz que se extinguen.
Mi corazón, humoso de tristezas,
Gira en un remoline de cantos imprecisos.
Oscar Castro Z.
Fotografías: El Rancagüino