Domingo, 12, May, 6:00 PM

Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce – 14.01.2024
- Una vez más, nuestro colaborador nos envía esta historia de veranos pasados, cuya experiencia, nos hace rememorar inolvidables -y que, con algunas similitudes, nos hacen atesorar más aquellos maravillosos veranos -cuál más, cuál menos- de un Pichilemu muy diferente al de ahora, donde cada uno podía caminar tranquilamente -de principio a fin- a altas horas de la noche sin peligro alguno junto a su polola, o amigos, amigas.

Es sábado 07 de febrero de 1970 y hasta la ¨Pensión La Flor¨ llega una cabrita con dos personas ya abuelos y una jovencita de unos 17 años que le acompaña. El cochero un amigo de la casa que conoce mucho a sus dueños –Doña Margarita Galarce Polanco y Don Luis Andrés Lizana Lizana– que siempre les traía clientes cuando pasajeros llegados en el tren no tenían destino acordado o por primera vez, preguntaban por una ¨picada¨ que fuera limpia, cómoda, buena comida y conveniente.

Cuando llegaron no vi a estos tres pasajeros, pero cuando llegué a almorzar -inmediatamente me llamó la atención- y al fijarme en el número de su mesa, significaba que estaba en la habitación del mismo número. Durante el almuerzo, disimuladamente, la observé y era realmente atractiva. Pero, era tan linda que no esperé a comer el postre y me levanté de la mesa. Aproveché que mi mamá estaba en la cocina y me dirigí hasta un cuaderno donde anotaba los nombres de los pasajeros y la habitación que ocupaban. Miré el día y estaban registrados. Lo único que deseaba era su nombre y, por el número de carnet, deduje cuál de los nombres de mujeres era la menor. Fue así como descubrí que su nombre era Patricia.

Después de ello, divagué cómo buscar la conversación. Y en ello estaba, cuando mi mamá me dio varias tareas, partiendo por ir al Almacén de don Luis Polanco y a la Carnicería “La Reina” por la Avenida Ortúzar, con una larga lista de mercaderías. Sin chistar fui a esos “mandados”, pero siempre repitiendo en mi mente el nombre de Patricia, la chica que había llegado a la Pensión.

Fue como a las 6 de la tarde cuando apareció y me vio en el patio. No había nadie más visible y se dirigió a mí y me pregunta dónde puede comprar cigarrillos. De inmediato le respondí que yo la acompañaba. Y ella asintió y fue así como enfilamos por la calle Chacabuco hasta la calle Aníbal Pinto. Por la acera norte entramos a un Almacén que era atendido por la señora Vitalia López quien nos extendió una cajetilla de cigarrillos Hilton al mismo tiempo que nos reprendió -pero en un tono querendón, sin dejar de sonreír- por ser tan jóvenes y estar fumando, mientras ella en una de sus manos tenía un tremendo cigarro de tabaco negro y una lacia ramita de albahaca le colgaba de una de sus orejas, mientras con su otra mano se acomodaba con un peine su largo pelo negro.

Patricia sale del local y aprovecho de preguntar a la señora Vitalia si tiene pastillas de menta “Cri-Cri” y me dice que no le han traído; pero que tiene pastillas “Pololeo”. Yaa, deme dos paquetitos…., y salí aprovisionado …. Después cruzamos al frente muy próximo a la Fuente de Soda "Rubí". En ese instante comienza a sonar un altoparlante con un conocido tema de Sandro "La vida sigue igual".

Patricia me preguntó de dónde proviene esa música .. y le respondo que es el Cine Royal que está avisando a los vecinos y veraneante que a las siete y media de la tarde comienza la función de hoy.
¿Y qué película exhiben hoy?, pregunta. Según el cartel que está ahí apoyado en el poste es "Sansón y Dalila”.
Y enseguida le digo “podríamos ir a verla” y antes que me conteste le agrego: “Te invito, qué me dices”, la presiono, ya calculando que “el recorte” de las compras, me permitía pagar las entradas ….

Fue así como nos dirigimos al Cine Royal observando cómo desde el lado Sur aparecían los Galaz, los Bozos, los Sánchez, los Urzúas, los Pérez, los Morales. Por el noreste igualmente aparecían los Reyes, los Quijadas, los Gutiérrez, los Cortez, y los Leiva. Finalmente, por el noreste surgían los Miranda, los Saldías, los Vidales, los Huertas, los Labarcas, los Yávar, los Arces, los Parraguez y los Polancos.
Parados en el hall pudimos ver carteles que anunciaban sus próximos estrenos: "Love Story" con Ryan O'Neal y Ali MacGraw; "Satiricon" del reputado director italiano Fellini; "007 al servicio secreto de su majestad", con Sean Connery y una escultural actriz desconocida, que ahora dejará de serlo; "Z" de Costa Gavras. A otro lado del hall otros tantos carteles: "2001 odisea en el espacio", "Adiós Mr. Chips", "El planeta de los simios", "Romeo y Julieta", y "Las sandalias del pescador".

El hall lucía renovado con la atención de la señorita Ana María Celis y de don Ernesto Chaparro quienes venden las entradas y luego de ello hay que aproximarse hasta unas elegantes cortinas rojas donde la dueña del cine -doña Florinda González- corta y controla los boletos.
Faltando unos 10 minutos para el inicio de la primera función, pudimos apreciar cuando ella se acercó a un grupo de chicos que esperaban ansiosos para poder entrar. Les dice a dos de ellos, a Calderón y Miranda que vayan a recoger los carteles publicitarios que se encuentran apostados en Aníbal Pinto con Ortúzar y otro en José Joaquín Aguirre con Aníbal Pinto. Ante la propuesta, sin decir nada salen raudos ante el encargo, porque saben que el premio será entrar gratis a ver la película. Y mientras más rápido vayan, menos minutos de la película se perderán.
Al ingresar a la sala acontece la primera sorpresa porque el telón no se encontraba al fondo, sino que primero te enfrentabas al público. Primero a los de platea y, al fondo la galería. Para poder ver el telón había que volcarse, pues al ingresar el público pasaba bajo el telón -tamaño Cinemascope- a todo el ancho del recinto lo que lo hacía muy diferente a todos los cines y/o teatros a lo largo de Chile. Algo que no dejaba de sorprender a muchos y, mi acompañante no fue la excepción, pues mientras nos acomodamos en platea, a unas dos filas de la caseta de proyección, no dejó de comentarme ese detalle. Todo ello, al tiempo que me decía que a ella le gustaba más en las filas de adelante. Yo le argumenté que las filas desocupadas estaban muy adelante y eso implica mirar el telón casi encima y las imágenes se ven un tanto distorsionadas.

Ya apostados en la sala, generalmente quienes se ubican en la galería son los jóvenes. La galería empieza exactamente después de la última fila de butacas, desde ese nivel como una especie de escalera toda recubierta de madera, distribuida de un extremo al otro del ancho del Cine. En el centro se ubica la caseta de proyección y ya en la platea se distribuyen las butacas en filas horizontales lugar donde se acomodan preferentemente las familias con sus hijos y familiares. Y yo, como fui acompañado en esa ocasión -como dije antes- elegí platea porque eran más cómodas y, además, alejado de mis amigos y conocidos que había visto llegaban al Cine, comprando sus boletos e ingresando presurosos a elegir ubicación de su preferencia, pues ni la platea es numerada.
Cuando son las siete y media de la tarde, suena un timbre y desde la caseta de proyección, Manuel Celis como operador y su ayudante Ricardo Calderón pone la música del reconocido tema "Un hombre y una mujer". Comienza a sonar mientras, simultáneamente las luces comienzan a languidecer y ya completamente a oscuras, empiezan a proyectarse en la pantalla las sinopsis de las próximas películas: Historia de amor ("Love Story", con Ryan O’Nell y Ali Macgraw); y 007 el famoso agente secreto británico ..., anunciando con ello que serán los próximos estrenos.

Seguidamente comienza la película produciéndose un silencio total en la sala. Cuando se ha avanzado casi la mitad de la trama del filme se interrumpe y se encienden las luces. Es el intermedio, que tiene doble propósito: mientras el operador cambia el rollo de película del resto de tiempo que queda de proyección de la película; otro personaje con chaqueta blanca llamado el Manicero ofrece maní tostado y confitado. Al mismo tiempo, los demás aprovechan de fumar, estirar las piernas o ir a los servicios higiénicos ubicados al fondo del recinto.
Luego de breves minutos, nuevamente un timbre anuncia la reanudación de la proyección. Se apagan las luces y continúa la proyección. Al alcanzar el clímax de la película comienza un zapateo en la Galería y luego en todo el cine acompañado de un ensordecedor griterío que se asume es para ayudar a Sansón a lograr la victoria ..

Termina la proyección y todos los espectadores se apresuran a la salida comentado los hechos que más le llamaron la atención. Los adultos se despiden de la dueña con un afectuoso saludo, enfilando cada uno en distintas direcciones.
La noche ha caído, pero en temporada de verano, la noche es joven. Y luego de disfrutar de la película acompañado de esta atractiva pensionista, que algo adelanté en el intermedio. Ya sabía que le atraía bailar, aunque andaba con sus abuelitos, muy buenas personas y padrinos de ella por lo demás. Yo ante ello, le busqué la solución. Y así lo hicimos. Nos fuimos rápido a la pensión que trabajaba mi madre, y que estaba a menos de cien metros del cine, por calle Manuel Rodríguez. La idea era comer algo, ya que estábamos casi en el límite del horario de cena. Luego, “amononarse” un poco, ponerse una casaca más gruesa y pedir unas Luquitas a la mamá; claro que después de haber solicitado el permiso a los abuelos y asegurarle que volvería “sanita y salva”.

Felizmente todo salió a pedir de boca y minutos antes de las diez de la noche íbamos rumbo a la calle Aníbal Pinto. Primero, di un vistazo a la Disco “Rubí”, pero era muy temprano y no era hora de ambiente para bajar a ese lugar. Nos detuvimos en la Fuente de Soda "Rubí" de la señora Pina, madre de Miguel Rodríguez quien tiene el más elegante local nocturno pichilemino. Cambié monedas y le pasé algunas a mi acompañante para que colocara en un Wurlitzer. Aunque había varios temas de la nueva ola chilena, además de algunos extranjeros, ella eligió “Capri” de Hervé Vilard, “Mis manos en tu cintura” de Adamo, “Isabell” de Charles Aznavour, temas románticos a más no poder. Yo casi no elegí, sino le pregunté a mi acompañante si le gustaba a Raphael y Leonardo Favio. Ella me miró y me preguntó: ¿Quieres que elija otros temas? Yo le sonreí y le pasé más monedas y eligió de ellos, “Yo soy aquel” y “Fuiste mía un verano”.

Un año atrás, el festival de Woodstock había marcado un nuevo estilo de vida. La era hippie se expandió en todo el mundo, apropiándose de un segmento de la juventud chilena a través de la imitación en su forma de vestir, estilo de vida y de ver el mundo.
Y ahí en la Fuente de Soda “Rubí”, la juventud se agolpaba a esa hora disfrutando de música y bebidas tanto dentro como fuera del local. Tras esperar que los temas elegidos sonaran, pasó casi una hora, así es que después de ello decidimos continuar hacia Avenida Ortúzar hasta la calle Arturo Prat. Aún se veía movimiento, aunque menor que en Pinto, ya no se veían las “Cabritas”, que son el medio de transporte. Ya se han retirado en sus hogares después de una extenuante jornada tanto para cocheros como sus animales de tiro. Había que alimentarlos, descansarlos para la siguiente jornada.

Las entretenciones “Yadrán” -que funcionaban en la calle Arturo Prat, entre Ortúzar e Independencia, ya tenían poco público. Su público habitual ya había disfrutado un poco en sus distintos juegos y atracciones. En tanto, quienes iban a “tirar el anzuelo” -ya pichileminos y afuerinos- habían desaparecido. Sin duda, muchos ya con parejas furtivas para ir a bailar o a la Piedra del Pelambre a ver la luz del Faro de Topocalma, las estrellas fugaces, o, cuando se hacían grupos el Juego del Anillo y sus penitencias. O, los más entusiasmados bajaban a la playa a seguir otros jueguitos que según la creatividad podían surgir.
Si bien quedaba poco público, los juegos estaban todos activos -para grandes y niños- como el avioncito, el trencito, el tiro con plumillas, el tiro con corcho, el tiro a los gatos, la pesca milagrosa, los taca tacas, el tiro a los tarros, el tiro a los patos, el juego de las argollas y el tiro al blanco. Y una de las más populares, la Lotería, el último juego que terminaba, a veces, pasada la medianoche.
Todos ellos ofrecen atractivos premios al acertar al objetivo. Nosotros luego de darnos una vuelta y ver cada uno de los juegos, nos atrevimos a probar suerte. Y yo fui el más afortunado al botar finalmente, con la última bola, un gato porfiado y me gané un lindo peluche que, obviamente se lo regalé. Y mi compañera me agradeció el gesto con un abrazo y un inesperado beso en la cara.

Cerca de la medianoche salimos de los juegos y nos aproximamos a la Pista Municipal, a escasos metros en la misma Avenida Ortúzar. Nos internamos en ella atraídos por la música de un grupo denominado "Tijuana" que tenía a todos los concurrentes bailando. Cuando el reloj marcaba más de las dos de la madrugada decidimos retirarnos siguiendo por donde comienza la calle Manuel Rodríguez que nace en la calle Independencia y que nos deja a poco más de cien metros de la Pensión.
Sin embargo, ese sector es una calle con una pendiente abrupta donde justamente ocurrió algo impensado, puesto que, al ir bajando resbalamos y rodamos unos cuatro o cinco metros hasta parar en un charco de agua y barro que permanecía estacionada en la parte baja de esa calle.

Entre la risa y la desazón, constatamos si había lesiones y solo eran unas rasmilladuras menores, nos sacudimos un poco y continuamos con los zapatos y la ropa todas embarradas.
Tras terminar de reírnos de esa insólita experiencia, ya no había más que hacer, sino entregar a la dama “sana y salva” en su primera noche con tan gentil anfitrión.

Fotografías: Archivo “Pichilemunews”