Fuente: www.pichilemunews.cl – Por: Ramón Lizana Galarce (*) – 01.12.2024
Era común que en la época de invierno las personas mayores situadas alrededor de un brasero o bien arrimados al mostrador de una Cantina comenzaran a contar historias de algunos personajes a los cuales les hubiese ocurrido algún percance en el curso de su vida.
La forma de contar siempre adornada de fantasía y de hechos irreales transportaban a los asistentes a mundos imaginarios y a emociones tanto temerosas como irrisorias y con un final por lo general desconcertante para los oyentes.
Muchos de ellos, personajes provenientes del mundo campesino que han tenido que lidiar con sombras y visiones del campo, cuentan sus experiencias tal como ellos dicen ocurrieron dejando al oyente entre la verdad y el misterio, siendo ese el motivo para escuchar con mucha atención cada historia que dicen les ocurrió en algún momento de su vida.
PANCHITO COCHAYUYO: UNA NOCHE CON EL DIABLO
Pasando Cáhuil y Barrancas hacia el Sur se encuentra "La Palmilla" siendo este el sector de donde provenía Panchito Cochayuyo. Era un arriero que cargaba sus mulas con cochayuyo, sal de costa y cuánta chuchería pudiese transportar porque todo ello lo intercambiaba por otros productos en las zonas y lugares que visitaba realizando el comercio del trueque muy propio de esa época.
Acompañado por su hijo pernoctaban allá por la avenida Cáhuil y muy de madrugada preparaban sus mulas y emprendían un largo viaje hasta Rosario Lo Solís y Rapel, alcanzando muchas veces hasta las proximidades de Melipilla.
Aconteció que, en uno de esos tantos viajes los alcanzó la noche en las cercanías de Rosario Lo Solís. Bajo un frondoso árbol acamparon preparando una gran fogata para calentarse y al mismo tiempo preparar la choca consistente en café en grano y algunos porotos con riendas que había que recalentar. Cerca de la medianoche, estando ambos en profundo sueño se le aparece un buen hombre a caballo, ataviado con un gran poncho, sombrero y demás indumentaria toda de negro.
Siendo la gente de campo personas muy bondadosas, le invitan que se apee del caballo y acompañe con café que aún permanecía caliente en una vieja tetera, fiel compañera de estos viajeros. El forastero que no dejaba de fumar cigarrillos de hierbas siempre cabizbajo y cubierto su rostro con una pañoleta también negra les hablaba de que pronto muchos animales peligrosos, lluvias torrenciales y un gran maremoto inundaría la zona y que se preparasen para ello porque el mundo estaba próximo a cambiar, estableciéndose un nuevo orden mundial con una peste que arrasaría con la raza humana a cuyo resultado muy pocos sobrevivirían. Lo mejor decía, era que les acompañaran a unas tierras seguras que el poseía donde podrían quedarse para siempre.
Luego de un par de horas el cansancio les sobrevino nuevamente disponiéndose a dormir otro rato. Los tres se acomodaron en distintos lugares hasta el alba en que despertaron mirando a su alrededor y no encontrando al visitante de la noche ni tampoco el árbol que les cobijaba. Había desaparecido dejando en el ambiente un fuerte olor a azufre y dos cachos de cabra. Después de persignarse, padre e hijo concluyeron que quien los acompañó esa noche fue el mismísimo Diablo dejando como evidencia el olor azufre y los cachos de cabras que llevan sobre la frente y que suelen utilizar cuando se les aparece a los viajeros. Sin mediar palabras entre ellos, en ese mismo momento recogen sus enseres y continúan su viaje jurando no volver nunca más volver a acampar en ese lugar.
PERSIGUIENDO UN ENTIERRO
En otra de sus andanzas Panchito Cochayuyo siempre acompañado de su hijo, en el tramo de Rosario Lo Solís y Rapel, les sobreviene una intensa lluvia de esas que azotan con fuertes vientos y en donde pareciera que el cielo les caerá encima. Llovía a chuzos hasta la alborada que es cuando empieza a escampar abriéndose las nubes y dándole espacio a los rayos del sol que empiezan a filtrarse entre ellas formando un multicolor arco iris de inmensas proporciones semi circulares. Panchito Cochayuyo habiendo escuchado que donde nace el arco iris se encuentra una olla con piezas de oro y plata empieza la caminata arrastrando sus mulas hasta donde se origina el fenómeno no visualizando en un principio que a medida que avanzaba hacia el arco iris, este se iba corriendo, haciéndose cada vez más lejano. Perseveraba en su intento sin importarle cerros ni quebradas mientras el arco iris seguía ofreciéndole la tan mentada olla que portaba consigo. Desde el amanecer hasta el mediodía persiguieron al arco iris sin poder alcanzar su punto de origen, puesto que más o menos a esa hora comenzó a extinguirse quedando solo algunas nubes en el cielo.
Desanimados por el fracaso de no poder alcanzarlo buscaron el camino, el mismo que no pudieron encontrar. Vagaron sin destino buscando algún punto de referencia hasta que a lo lejos observaron una llamarada detrás de unos matorrales. Era una inmensa hoguera que sobresalía iluminando todo su entorno resplandeciendo cada vez con más fuerza.
Igualmente habían escuchado que donde aflora una llamarada resplandeciente es porque ahí hay un entierro listo para recoger porque se encuentra a ras del suelo. Se aproximan hasta el lugar descubriendo a una enorme figura mitad hombre mitad macho cabrío que relucía sobresaliendo su color gris mezclado con rojo y amarillo, el mismo que al verlos emprendió vuelo aún sin tener alas visibles.
Asustados por la imagen observada huyen buscando un camino que los conduzca a algún lugar hasta que después de unas horas de recorrido un viejecito de una casa aislada de la zona les indica que estaban en las proximidades de San Fernando, increíblemente lejos desde donde les había sorprendido el día. La codicia por descubrir una olla de oro y plata y un entierro los había transportado por agrestes caminos de la región de O'Higgins sin obtener la tan ansiada recompensa de oro y plata que buscaron creyendo los cuentos que les contaban sus abuelos.
LA ANIMITA DEL CEMENTERIO DE PICHILEMU
Las animitas para la fe popular al perder la vida trágicamente su alma se purifica y pasa a ser un intercesor frente a Dios. Ellas deambulan entre los mortales y Dios, pudiendo hablar en favor de alguien que mediante ruegos misericordiosos buscan la sanación del cuerpo y del espíritu tanto de él como de algún familiar o amigo.
La representación de la animita se hace construyendo en el lugar de la tragedia una casita, un montículo de piedra o un altar donde mediante el encendido de velas y rezos se busca ella se compadezca con la petición y acuda ante Dios intercediendo para que el mortal deje el sufrimiento que está padeciendo.
El agradecimiento de la persona además de los rezos, flores y encendido de velas colocan en el lugar una placa para inmortalizar el favor concedido con el nombre de quien fue favorecido.
En el Cementerio Parroquial de Pichilemu muchas personas que visitan el lugar para recordar a sus deudos, aseguran haber visto una animita. Una niña de corta edad, vestida con una bata, calcetines y zapatos todo de blanco, pelo castaño claro que no alcanza sus hombros y de tez muy blanca de entre 5 y 8 años que va de tumba en tumba saltando y jugando con un cordel sobre todo al caer la noche. Señalan que es muy alegre y risueña y que no se cansa de corretear por todo el interior del Cementerio. No se conoce su casita ni tumba donde habita motivo por el cual se ignora porque no ha podido llegar al cielo y porque sigue deambulando entre los mortales y Dios.
Por lo mismo, y como agradecimiento a que ella se encuentra cuidando a los seres queridos del cementerio, y dada la reconocida fe del pichilemino, sería justo que los visitantes elevarán una oración pidiéndole a Dios permita llevársela para que su alma descanse eternamente junto al Sumo Creador.
(*): Profesor U. de Concepción
Nota: Formado en esa casa universitaria penquista.
Fotografías: Archivo “Pichilemunnews”.