Fuente: www.pichilemunews.cl – 26.10.2024
- La evolución de la mujer en el mundo del trabajo -no obstante, a estar trabajando toda la vida desde muy jóvenes- ha sido lenta, ardua, dura y, también, con hechos trágicos según lo confirma la historia; pero -hoy por hoy- desde trabajos muy acotados para mujeres, éstas han ido copando cada vez más espacios, disputando puestos a los varones en todos los campos, áreas y/o ámbitos.
Desde hace tiempo venimos recabando información, recopilando antecedentes que nos permitieran escribir sobre este tema. Y, aunque -sin duda- quedarán muchas personas en el tintero, bienvenidas si afloran para seguir completando la historia.
No es fácil, pues hemos conversado con fuentes secundarias -puesto que las primarias ya han partido- pero no siempre está la disposición o, en el mejor de los casos, la respuesta es que “buscaremos”, le “escribiremos”; pero en muchos casos no pasa de la intención.
Pues bien, recientemente, hubo una respuesta pronta y concreta, donde lo prometido da pie a destacar a muchas mujeres que a través del tiempo se han dedicado a esos oficios -como modistas, sastres, costureras- y donde -por ejemplo- surge el nombre de Graciela del Rosario Vargas López -fallecida el 14 de julio de 2022, a los 88 años- y que por más de 65 se desempeñó como modista.
Hija de Hermógenes Vargas Becerra y Rebeca López Gaete, nació el 22 de noviembre de 1933, hermana de Sergio, Antonio, Jorge, María del Carmen (religiosa), Ana y Clara.
Ella, como muchas otras niñas pichileminas estudiaron sus estudios primarios (preparatorias) en la Escuela de Niñas N°91; la que hacia finales de los años ’60 se fusionó con la Escuela de Niños N° 90, dando pasó a la Escuela E-367 y, posteriormente denominada Escuela Mixta “Digna Camilo Aguilar” en honor a la destacada maestra que, hasta muy avanzada edad seguía en su casa enseñando las primeras letras y liturgia a niños, previo a su ingreso a la Escuela primaria. En otras palabras, una especie de Kinder …, al que alcanzamos a asistir en la medianía de los ’50.
Pues bien, en la Escuela de Niñas N°91 se implementó en la década del ’30 más o menos, el Grado Vocacional anexo a la escuela, donde a las niñas se les enseñaba Labores Manuales, como Bordados, Tejidos y Modas, para lo cual había profesoras normalistas que impartían dichos oficios.
Muchas de ellas, si bien no siguieron perfeccionándose tras egresar, les permitió estar más preparadas cuando Cupido les abría el corazón y puerta para formar una familia. Donde, tras llegar los hijos/as, ayudaban a confeccionar e ingeniarse cómo vestir a sus hijos, aprovechando vestuario de adultos, dándoles otra vida. O, adquiriendo géneros en la escuálida oferta pueblerina de entonces.
Una de las excepciones fue la inquieta jovencita que, primero se cautivó con géneros, telas de colores, texturas diversas, al grado de tomarlo con total seriedad como otras jóvenes de generaciones anteriores -como María Aliaga Martínez. quien llegó a formar un Taller de Modas con varias compañeras modistas -Julia Martínez Martínez, Ernestina Becerra Vargas, Ángela Becerra Becerra, Nora Díaz Orellana- solo por nombrar algunas más frescas en la memoria.
En su caso, Graciela Vargas -según las fotografías que conserva su hija Chela Reyes- tuvo 29 compañeras (en sus años de estudios) y entre sus profesoras a Aída Covarrubias y Amelia Huerta en los años 51 y 52; titulándose el 23 de diciembre de 1952, a la edad de 19 años.
El Certificado del Cuarto Año de Modas, señala: “Demuestra gran interés en perfeccionarse”, aparte de sus notas que la avalan, documento firmado el 24 de diciembre de 1952, por la profesora Amelia Huerta de Dinen.
Sus padres que siempre le apoyaron, habilitaron un Taller en la casa familiar y empezó hacerse un nombre gracias a su responsabilidad, a la calidad de las confecciones y, con el tiempo tomando a niñas como aprendices como también a pichileminas -que estudiaban en San Fernando- que hacía la práctica en su taller.
Gracias a su constante perfeccionamiento y pendiente de los giros de la moda, de lo que se instruía a través de revistas especializadas de moda, que encargaba expresamente y, en exclusiva, se convirtió -según recuerdan algunas personas- en un referente de la moda a nivel local, posicionándose en la vanguardia y, la “alta sociedad” de entonces acudía a su taller, o ella a tomar medidas a domicilio. Y, tras la elección del modelo y pruebas de por medio, lucían orgullosas en las misas dominicales o en alguna fiesta, causando la admiración (y no poca, pero sana envidia) de sus iguales y, por cierto, de disimuladas miradas varoniles.
Otra antigua cliente nos confidenció que, en el Taller de Chelita uno no se aburría de esperar la atención, pues mientras le llegaba el turno de la prueba “una leía y o veía gruesas revistas de modas alemanas (Burda), Rosita, y otras que encargaba a Santiago”.
También, es necesario destacar su apoyo a otras jóvenes pichileminas que pasaron por su Taller haciendo práctica. De hecho, entre los documentos que nos hace llegar su hija, está el enviado por la directora de la Escuela Técnica Femenina de San Fernando, a finales de 1978, donde solicita tenga a bien en recibir en práctica a las hermanas María Mónica y María Inés Cornejo Salazar, entre muchas otras que cumplieron con ese requisito para titularse posteriormente.
Años después estuvo como monitora enseñando moda a otras niñas (entre 1994 y 1996) en talleres de costura del Colegio “Preciosa Sangre”.
También, participó en cursos de perfeccionamiento, cosa que está plasmados en Diplomas varios que guardan con orgullo sus descendientes directos, como su hija Graciela que nos envió copia y fotografías, tanto de cursos antiguos donde se divisan sus compañeras y reconocemos a algunas que le siguieron en ese camino.
Los requerimientos de sus clientes que crecían cada vez más, no solo le solicitaban vestidos formales, de diario, de fiesta, de novia, sino también, vestimenta de huaso: trajes, chalecos, pantalones, ternos. Como, asimismo, vestuario infantil de niñas y niños; para lo cual -en algunos períodos de sus 69 años de trabajo- debió contratar a otras personas que habían aprendido su oficio, pero con el sello y garantía de su mano y supervisión.
Según nos cuenta su hija Chelita, debido a su edad y por motivos de su salud, el año 2021 tomó la decisión de cerrar su taller y guardar máquinas de coser, planchas. Colgó tijeras, plantillas y demás herramientas de trabajo.
Recordando esos tristes momentos, su hija nos señaló que, hasta último momento en su lecho de enferma, tomaba su ropa de cama e, instintivamente, con sus manos hacía mediciones.
Contemporáneas
Entre las personas que son más contemporáneas, están María del Rosario Arraño Flores, Ana Arraño Flores, María Luz Polanco Galarce, Marta Clavijo Carreño, María Isabel González Arraño, María Elena Rojas González, Adriana Pavez Vargas y María Loreto Rosales Estay, quienes se desempeñan con sus talleres en sus respectivos domicilios. Y, muchas más que, aprendieron el oficio pero lo ejercen solo para la familia.
Pasado
Y no podemos dejar de recordar a antiguas sastres y costureras, como lo son Zoila Rosa Becerra González, María Isabel Vargas González. La primera con Taller en el domicilio de calle Ángel Gaete, propiedad que cuidaban a una familia granerina, y que en los años ’70 adquirió la Compañía de Teléfonos y en donde construyó la Planta Automática.
Zoila Rosa se casó con Ramón González Gómez y tuvieron a: Manuel, Leonila, Luis, Ernestina, Virginia, Oscar y Clara. Solo Leonila -la mayor de sus hijas- aprendió el oficio, ayudando a su madre en diferentes etapas de la confección; conocimientos que le sirvieron, posteriormente, para coser, reparar y modificar prendar de vestir para su numerosa prole que conformaron catorce hijos.
Sus clientes provenían de los sectores rurales como del pueblo. Su especialidad eran ternos (pantalones, vestones, chalecos), trajes de huasos (casacas, camisas, pantalones). Su fiel máquina Singer la acompañó hasta que su reumatismo y vista le impidieron seguir cosiendo.
La segunda, más conocida como la Vitoquita, también trabajó hasta avanzada edad, mientras se dio el tiempo para criar y cuidar a una nieta (Verónica González Vargas) y a una bisnieta -hija de la anterior- según recuerda Cecilia Alejandra, quien nos aportó con orgullo sobre su querida bisabuela, la que fue también la costurera de muchas familias de allá y acullá ….
Su Taller estaba en su domicilio, en la calle Manuel Thompson esquina de Martiniano Urriola. Una particularidad de ella, era verla -cuando estaba bueno el tiempo- entre géneros esparcidos en el suelo en pleno patio, donde sentada en cojines y su máquina de coser, de manivela, también en el suelo. Es el recuerdo que mantenemos de ella, que en más de una ocasión fuimos a su casa, porque la Chepa -la mayor de sus hijas- trabajó un tiempo ayudando a nuestra madre en el cuidado de sus numerosos hijos.
María Isabel era casada con Víctor Manuel Vargas Vargas, tuvieron seis (6) hijos: Josefina Vargas González (Chepa), Víctor Manuel Vargas González (Vitoquito), Graciela Vargas González, Hilda Vargas González, Orlando Vargas González (Chipana), Samuel Vargas González (El Cura).
Según sus recuerdos, transmitidos de sus familiares -la Vitoquita como era conocida y ella misma le recuerda- por muchos años se dedicó en su oficio a confeccionar costuras para sus clientes de arriba y abajo.
Por cierto, muchas quedan en el olvido de las generaciones presentes, pero en este grupo que hemos mencionado, entregamos un homenaje a todas esas mujeres que en nuestra comuna vistieron a moros y cristianos, sin discriminar a ninguno por razones políticas, ricos o pobres.
Fotografías: Graciela Reyes Vargas/Cecilia Irrazabal/Archivos “Pichilemunews”.